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miércoles, 28 de agosto de 2013

Casillas, en el centro del ruido mediático

El periodismo deportivo, mejor dicho, lo que queda de él, se aposta a ambos lados de la trinchera mediática: mientras unos juegan con el prestigio de Casillas metiéndolo en un contenedor gigante de basura con el objetivo de asesinar su reputación, otros funcionan como portavoces, satélites y mayordomos del deportista al que, entre todos, hemos elevado a santidad, considerando herejes a quienes osan dudar del rendimiento de su arcángel.

Los que jaleaban que existen madridistas disfrazados son los que ahora se sienten legitimados para decir que quienes defienden a Casillas son malos madridistas. Y los que criticaban a Mourinho por arrogarse la condición de repartir carnés de buenos y malos madridistas, son los que ahora niegan el carné a quienes defienden a Diego López. Capaz de defender con vehemencia una cosa y cinco minutos después la contraria, el periodismo deportivo, mejor dicho, lo que queda de él, aplica una ética variable en torno a la portería del Real Madrid. Melodrama. Escándalo. Humillación. Primicia: barra libre de despropósitos y chismes.

Los fiscales mediáticos de Casillas, aún dolidos por el adiós de Japiguán, han percutido contra Casillas por tierra, mar y aire. Primero dudaron de su peso, de sus condiciones, de su capacidad, de su profesionalidad, de sus dotes de capitán y de su fidelidad al vestuario, acusándole de traidor y topo de la prensa. Black Hawk derribado. No deja de ser curioso que se acuse al portero de filtrador cuando ese vestuario siempre ha tenido más agujeros que el Prestige. O que, esas presuntas filtraciones sirvan para criminalizar a Casillas mientras que a su presidente, que habla todos los días con los periodistas en privado, pero nunca en público, se le aplaude. Si el subordinado habla con la prensa, es un topo. Si lo hace su superior, todo es confeti. Capaces de conocer la última cifra del número Pi si parpadea un letrero de Exclusiva o de montar una encuesta sobre si es necesario hacer un escrache en casa de Casillas, los inquisidores del portero son los que antes perdían el lugar donde la espalda pierde su casto nombre para hacerle masajes. Algún veleta llegó a aplaudir al que hoy pone a parir, en un plató de televisión, cual foca amaestrada, cuando su Jose pedía el Balón de Oro para el portero que después resultó estar peor que Adán. Piden respeto para López y tienen razón. Claman respeto para Ancelotti, en aras de su independencia, y también tienen razón. Veremos qué grado de respeto le brindan ellos al seleccionador si Casillas sigue siendo el portero de España.

Al otro lado de la ventanilla, los abogados defensores de Casillas, menos ruidosos, pero más abundantes y predecibles. Unos por convicción y otros, por conveniencia, se han alineado, cual falange romana, trasladando la sensación de que Casillas es intocable. Alguien que goza de una especie de bula papal que, entre todos, le hemos concedido a fuerza de repetirle, durante demasiado tiempo, aquello de que es un santo. Alguno hasta se ha convencido de que rendir pleitesía a Su Santidad y besar los pies del santo es una obligación para el resto de madridistas. Flaco favor a la causa de Casillas. Porque Iker no cuenta en su esquina con el favor de tantos chambelanes como su presidente, pero se le acerca. Y el exceso de almíbar, debilita. Suficientes ventrílocuos oficiosos tiene ya el Real Madrid como para que sus aficionados tengan que ser adoctrinados por quienes presumen de ser la guardia pretoriana del portero. Alguno de los que hoy culpa a Mourinho hasta del asesinato de JFK y fabula una conspiración contra Casillas es el mismo que sostenía que a Iker le rodeaba un ejército de palmeros y se había estancado en su juego. No, definitivamente, defender a Casillas no pasa por establecer un cordón sanitario hacia quienes creen que Casillas no está en su mejor forma, ni pasa por llamar abducidos a los que apuestan por López.

Más allá de fobias, relatos literarios y episodios de ciencia-ficción, la realidad de Casillas es que ha perdido el puesto ante un compañero que completó toda la pretemporada y cumple cada domingo. Los últimos días de Casillas en el Madrid no han sido un crucero de placer: el desencuentro con Mourinho, la desafortunada confesión de su compañera sentimental, una temporada menos brillante de lo acostumbrado y ahora, Ancelotti considera que debe ser suplente. Sí, Ancelotti, ese señor al que el periodismo bautizó como El Pacificador y que ahora, por lo visto, después de tomar varias decisiones, es algo así como Kim Jong Un en chándal. El caso es que Casillas ya no puede presumir de cantar en los anuncios aquello de ‘me siento seguro’. En mitad del ruido mediático que generan sus fiscales y sus abogados defensores, tendrá que elegir: esperar chance hasta diciembre o hacer las maletas. Nadie podría culparle si abre la puerta a su marcha. Diego López, en su día, tuvo que tomar esa decisión. Es año de Mundial y Casillas quiere defender la corona a la que tanto contribuyó. Quizá durante demasiado tiempo ha sido condescendiente con quienes han dudado de su compromiso y le han dado hirientes lecciones de madridismo. Y quizá, durante demasiado tiempo, se ha limitado a guardar silencio, delegando en sus satélites una batalla que debió haber librado en primera persona. Casillas enfrenta la decisión más trascendente de su carrera. No es ni santo, ni traidor. Simplemente, un hombre que debe decidir.

Rubén Uría / Eurosport

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