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martes, 8 de octubre de 2013

La ‘mancha’ de Neymar

Ausente Messi, se ha abierto un debate sobre Neymar y su influencia en el juego del Barcelona. Hay coincidencia en que se trata de un futbolista singular y, por tanto, su figura trasciende a los análisis de la prensa local. Ya se sabe de la tendencia de los medios a entronizar a la mayoría de los fichajes por un par de buenos partidos.


Alcanza con recordar a jugadores como Robinho. Ocurre que de Neymar no solo se ocupan ya mismo los hinchas y los periodistas sino que merece también el comentario de los entrenadores rivales.

Lennon y JIM (Juan Ignacio Martínez), técnicos del Celtic de Glasgow y del Valladolid, se han quejado por la tendencia de Neymar a exagerar las faltas que le hacen al tiempo que Mourinho le ha acusado de ser un teatrero del estilo de Messi cuando provocó la expulsión de Del Horno en Stamford Bridge cuando el portugués preparaba por vez primera al Chelsea. No deja de ser curioso que la mayoría de entrenadores que han señalado al brasileño como un “cuentista” sean partidarios de un fútbol físico y directo, antagónico al que practica el Barça, un equipo que en su día ya fue denunciado a la UEFA por un supuesto carácter pusilánime.

El fútbol de los barcelonistas se distingue precisamente por el regate de sus delanteros, y especialmente de jugadores como Neymar. No se trata de un recurso sino de un signo de distinción, y ya se sabe que el dribling supone sobre todo engaño. Hay que sortear a los contrarios, sorprender a la defensa, para generar situaciones de superioridad y rematar a portería. Los regateadores siempre han sido una clase sospechosa para los zagueros y el mejor de los recursos para los cámaras de televisión. A veces parece incluso que la diferencia entre un delantero auténtico y un impostor es la de un dedo meñique. No es el caso precisamente de Neymar, conocido como Mariposa en determinados ambientes de Brasil.

A Neymar le tiran más a menudo que a Messi, cuyo tren inferior es mucho más fuerte, y su físico liviano invita a pensar en una mayor fragilidad. No es casualidad que sea el delantero que más faltas ha recibido (32). Tampoco hay que olvidar, en contrapartida, que difícilmente protesta a los árbitros y responde a provocaciones como la de Gámez en Málaga. Aconsejado por Martino, el 11 se levanta y vuelve a poner en juego al balón. Asume que en su cargo de jugador habilidoso va la posibilidad de que el colegiado cobre o no la falta del lateral o central adversario. Neymar, sin embargo, se ha revelado como un artista que no solo regatea y desequilibra sino que interpreta muy bien el juego y puede jugar tanto de extremo como de falso 9, el puesto que Guardiola creó para la explosión de Messi. Neymar ha marcado tres goles en 11 partidos, suma seis asistencias y el sábado participó en los cuatro tantos recibidos por el Valladolid. Tiene un instinto natural para asociarse con Xavi, habilitar a Alexis, desbordar a su marcador, domar el cuero con controles orientados preciosos y exhibir un excelente catálogo de gestos técnicos. No es solo un extremo que intenta confundir a los rivales y a los árbitros sino que se trata de un virtuoso del fútbol.

Hábil, creativo, valiente, indetectable entre líneas y presente en el área, Neymar genera espacios y sus recorridos evocan alguna vez a los de Ronaldinho. Ahora mismo se ha convertido en el mejor plan B del Barcelona en presencia o no de Messi. Todavía es prematuro evaluar su impacto en un equipo como el azulgrana, su incidencia en partidos exigentes y su valor en competiciones tan puñeteras como la Champions. No hay duda, en cambio, de que su irrupción en el campeonato ha sido destacada y ocupa de momento por igual a su equipo que a los contrarios. No deja de ser revelador que la crítica se ocupe más de uno de sus posibles defectos que de muchas de sus virtudes. Hay pocas bendiciones mejores que la marca de Mourinho. Al portugués, que siempre manchó los éxitos que no eran suyos, le ha dado por señalar a Neymar.

¿Quién engaña a quién? Reducir a Neymar a un regateador que quiere sacar ventaja de su juego es erróneo y simplista.

Ramón Besa / ElPais.com

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