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viernes, 12 de julio de 2013

Reflexiones impopulares sobre el Barcelona

Se alza el telón y aparecen Abidal fuera del club después de haberle prometido que seguiría si se recuperaba y jugaba un partido; Villa fuera de la institución porque quería jugar y fue traspasado a un precio que algunos consideran irrisorio; canteranos cedidos porque el club no puede ofrecerles minutos cuando antes eso era una constante; y al fondo, Thiago en la rampa de salida por una cláusula que cogió al club a pie cambiado. Demasiados líos y todos imputables al presidente Sandro Rosell, al que se le acumulan las protestas en el recibidor. La puntilla, desde Múnich, la ha rubricado Guardiola, acusando a la actual junta de usar la enfermedad de Vilanova contra él. Además, les reprocha que no le hayan dejado tranquilo y se muestra retador para defender su verdad: si quieren desmentirle, que lo hagan en público y sin intermediarios. Siempre fue Laporta, luego fue Cruyff y ahora es Guardiola.
Rosell y sus directivos tienen abierta una vía de agua, una hemorragia para la que no hay más torniquete que la asunción de errores porque se enfrentan a un enemigo imbatible, un mito, Guardiola. Si el presidente del Barça  ya se sentía amenazado por tener que luchar contra la sombra de Cruyff, ahora tendrá que combatir una sombra todavía más alargada, la de Guardiola, el símbolo más creíble de la historia del barcelonismo contemporáneo. El hombre que conquistó 14 títulos en apenas 4 años hace suyo el discurso de Laporta, refrendando la sospecha de que Rosell fue uno de los motivos que tuvo Pep para abandonar el Barcelona. Música celestial para los oídos de Laporta y Cruyff. Ideal para quienes pontifican que Sandro es un presidente superado. Un mandatario que, para sus críticos, como decía Maradona de Núñez, es un pato, porque a cada paso que da, deja una cagada.
Guardiola se siente dolido porque aún resuenan en su cabeza las desafortunadas palabras de Freixa [‘Tito está ganando en todas las comparaciones a Guardiola, incluso en la faceta humana’], que se metió en un jardín de proporciones amazónicas. En este espinoso asunto, la actual directiva debería actuar con tacto y humildad. Pidiendo perdón, sin reservas y públicamente, por haber agraviado así a Guardiola. El perdón sincero no ensucia, dignifica. Hay más. Guardiola quiere fichar a Thiago, que demanda minutos que no oferta el Barça. Ese interés ha recibido múltiples interpretaciones: unos consideran que Guardiola actúa desde la franqueza y otros, que no ha respetado la presunta cortesía que debería tener hacia la que siempre será su casa. Aquí todos parecen legitimados: Thiago tiene todo el derecho del mundo a jugar donde le plazca, Guardiola a fichar a quien considere apto para su proyecto y algunos aficionados del Barça tienen derecho a sentirse decepcionados porque se sienten perjudicados por los derechos del jugador y del entrenador del Bayern.
Quienes cargan contra Rosell tienen un argumento de peso: dicen que criticar a Sandro no es criticar al Barça. El mismo argumento esgrimido por quienes criticamos a Laporta, a pesar de sus múltiples y loados éxitos deportivos, por episodios inaceptables e inadmisibles de su gestión. Fueron los socios del Barcelona los que plantearon una moción de censura contra Laporta, bajo cuyo mandato se espiaba a diferentes compañeros de directiva, en una especie de gestapillo que hoy día, algunos defienden en la intimidad, como aquel catalán que hablaba Aznar. Criticar a Rosell no es criticar al Barça, pero tampoco lo era criticar a Laporta.  Una visión panorámica de la realidad invita a una reflexión tan necesaria como impopular:  Ni Rosell, ni Laporta, ni Cruyff, ni siquiera Guardiola, aunque suene a herejía, pueden anteponer sus disputas al estado de bienestar del Barcelona. Y eso que, para ser honestos, no existe autoridad moral tan reconocible y admirable como la de Pep.
La crítica es necesaria, la reflexión es obligatoria. Rosell no tiene quien le escriba, pero tiene a los que le votaron. Y no fueron pocos. Será en las urnas donde deba ser expuesto al voto de castigo, o donde tenga que ser refrendado por su gestión. Quizá entonces algunos socios estén por la labor de desterrar opciones como Rosell o Laporta, apostando por una nueva vía. Hasta entonces, las partes implicadas, están obligadas a un ejercicio de madurez, aplazando sus cuitas hasta las próximas elecciones. El club lo necesita. De lo contrario, el Barça vivirá una tortuosa regresión a los años ochenta,  volverá a ser aquel club cainita, aquella entidad dividida en Reinos de Taifas, un gigante lastrado por guerras intestinas. Los socios del Barcelona, en las urnas, serán quienes tengan la potestad de decidir qué club quieren y qué representantes necesitan. Seguir con la política del 'y tú más' y el fuego cruzado sería calcinar todo lo sembrado. El Barça está a un sólo paso de pulsar el botón de autodestrucción.  Algunos llevan esperando este momento todo un lustro. Y el Barça está a apenas unos centímetros de hacerles felices. Buen provecho.
 

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